CANTO
VII
De
cómo Gunter ganó a Brunilda
389.
La nave entretanto se había
acercado al castillo; entonces el rey divisó allí arriba en las ventanas muchas
hermosas doncellas. Pena le dio a Gunter que le fueran desconocidas.
390.
Preguntó entonces a
Sigfrido, su compañero: “¿Conocéis acaso esas doncellas que están contemplado,
desde allí arriba, cómo nos acercamos sobre las olas? Sea cual fuere su señor,
se muestran con gran altivez”.
391.
Contestó el señor Sigfrido:
“Ahora contemplad en secreto las doncellas; luego me diréis cuál escogeríais
entre ellas, si ellos estuviera en vuestra mano.” “Así lo haré”, replicó Gunter,
el bravo y atrevido caballero.
392.
“Bien, pues veo una allí,
asomada a la ventana, que viste ropas tan blancas como la nieve: es tan
agraciada que mi mirada la escoge por su hermosura. Si yo tuviera poder para
ello, habría de ser mi esposa.”
393.
“La luz de tus ojos ha
elegido muy bien para ti. Esa hermosa doncella es la noble Brunilda, a la que
aspiran tu corazón, tus pensamientos y tu ánimo.” Todo su porte le pareció
agradable a Gunter.
394.
Mandó entonces la reina
retirarse de las ventana a sus apuestas damas de compañía, pues pensaba que no
debían mostrarse a la vista de los forasteros. Ellas siguieron su mandato. Lo
hicieron entonces las damas también nos lo han contado después.
395.
Como iban a saludar a los
extranjeros, se arreglaron según es costumbre entre damas finas. Luego se
dirigieron a angostos miradores desde donde contemplaban a los héroes: esto lo
hacían por curiosidad.
396.
No eran más que cuatro los
que bajaron a tierra. Sigfrido el valeroso, llevando a caballo de las riendas
lo dejó en la playa; esto lo vieron desde sus ventanas las gentiles dueñas. El
rey Gunter, con esta deferencia, se sintió muy honrado.
397.
Cogido por la brida tenía
Sigfrido ahora el soberbio corcel, de buena estampa, muy grande y fuerte, hasta
que el rey Gunter estuvo sentado en su silla. Así es como Sigfrido le rindió
homenaje, pero luego Gunter bien lo olvidó.
398.
Ahora sacó también del barco
el caballo propio. Muy rara vez había prestado él antes un servicio semejante,
sostenerle el estribo a un héroe. Esto lo contemplaron desde sus ventanas las
hermosas y nobles dueñas.
399.
Muy iguales eran los dos
animosos héroes, con sus caballos y vestiduras de una blancura brillante como
la nieve. Ambos coincidían en su exterior. Sus hermosos escudos desprendían
destellos en las manos de tan apuestos caballeros.
400.
Las silla estaban
recubiertas de pedrería, los petrales eran estrechos. Ellos avanzaban
majestuosos ante el palacio de Brunilda. De los petrales colgaban cascabeles de
brillante oro rojo. Así llegaron a este país, tal como lo exigía su valor.
404.
Dentro de la fortaleza
vieron cómo se alzaban ochenta y seis torres, tres amplios palacios y una
soberbia sala de nobles mármoles verdes como la hierba. En ésta se hallaba
sentada Brunilda acompañada de su séquito.
405.
Las puertas de la fortaleza
estaban abiertas de par en par. Corrieron a su encuentro los hombres de
Brunilda para recibir a los forasteros en el reino de su soberana. Los caballos
de éstos fueron llevado a custodiar y los escudos tomados de sus brazos.
406.
Dijo entonces un chambelán:
“Debéis entregarnos las espadas, así como las brillantes armaduras.” “Esta
petición no os será satisfecha”, replicó Hagen de Trónege, “nosotros mismos las
llevaremos”. Pero entonces intervino Sigfrido para dar las explicaciones oportunas.
407.
“Es costumbre de este
castillo, quiero anunciaros, que ningún forastero lleve armas aquí. Así pues,
permitid que se lleven las vuestras; eso será un buen acuerdo.” Hagen, el
vasallo de Gunter, obedeció, aunque muy a su pesar.
La reina fue informada por
uno de su séquito sobre los caballeros, le habló sobre Sigfrido, el único de
los caballeros del que tenía conocimiento y le describieron ampliamente a los
otros tres. La reina estuvo dispuesta a encontrarse con ellos.
419.
Entonces vio la reina a Sigfrido.
Os gustaría oír lo que le dijo la doncella: “Sed bienvenido, Sigfrido, a este
país. ¿Qué pretendéis con vuestro viaje? Me agradaría saberlo.”
420.
“Es un gran favor el que me
dispensáis, mi señora Brunilda, al dignaros saludarme, augusta princesa, antes
que al noble caballero que me precede, pues es mi señor. A tal honor renuncio
yo de buen grado.
421.
Viene él del Rin, en cuyas
tierras nació. ¿Qué más he de decirte? Por el amor que en ti busca hemos venido
hasta aquí. Él aspira a ganarlo, le pase lo que le pase. Así, pues, piénsalo a
tiempo, ya que mi señor no va a desistir de ello.
422.
Se llama Gunter y es un
noble soberano. Si conquista tu amor, ya no le quedará nada que desear. Ese
apuesto caballero es el que mandó venir a este país. Si hubiera estado en mi
mano el negarme lo habría hecho con mucho gusto.”
423.
Ella dijo: “Siendo él tu
señor y tú su vasallo, sabed que si él se atreve a disputar las pruebas a que
yo le reto y sale de ellas vencedor, seré su esposa; pero su yo alcanzo la
victoria, os irá a todos en ello la vida.”
424.
Aquí habló Hagen de Trónege:
“Señora, permitidnos conocer esas arriesgadas pruebas. Para que tenga que
rendirse ante vos Gunter, mi señor, mal habría de irle. Él bien confía en poder
conquistar el amor de una tan hermosa doncella como sois vos.”
425.
“La piedra tendrá que
arrojar y luego saltar detrás de ella. Después se medirá conmigo arrojando la
lanza. No os precipitéis demasiado; podéis bien perder el honor y la vida.
Meditadlo bien.” Así habló la bellísima mujer.
426.
Sigfrido el muy valiente se
acercó entonces al rey y le pidió que declarara a la reina su firme intención
de vencerla y a él le dijo que no tuviera miedo. “Yo me encargo de protegeros
bien de ella con mis artes.”
427.
Habló ahora el rey Gunter:
“Augusta reina, decidme ahora qué es lo que disponéis Aunque fuera ello mucho
más, yo superaría todo por alcanzar vuestro amor y estoy dispuesto a perder la
vida si no llegáis a ser mi esposa.”
428.
Cuando la reina oyó sus
palabras, mandó que apresuraran la competición, pues a ella le convenía
entonces. Hizo que le trajeran para las pruebas buena armadura: coraza de oro
rojo y un escudo de buena calidad.
431.
El gallardo Sigfrido,
mientras, y antes de que nadie se percatara, había ido a la nave a buscar la
capa mágica que allí tenía escondida. Pronto se cubrió con ella y quedó
invisible a todos.
432.
Volvió de prisa adonde
estaba antes: entonces encontró multitud de guerreros en el sitio que la reina
había dispuesto para el difícil duelo. Allí se dirigió en secreto –por sus
artes mágicas-, de suerte que cuantos allí estaban ninguno fue capaz de verlo.
434.
Brunilda ya había llegado:
aparecía armada como si hubiera de luchar por dominar todos los reinos. Encima
de sus sedas llevaba muchos colgantes de oro. La lozanía de su tez destacaba
magnífica de su atuendo.
435.
Llegó entonces su séquito.
Llevaban los caballeros un escudo de gran tamaño de oro rojo, y abrazaderas
fuertes como el acero. Protegida con este escudo es como iba la reina a
realizar las pruebas la hermosa doncella.
436.
La embrazadura de su escudo
era de rico orifrés y llevaba incrustada pedrería verde como la hierba, cuyos
reflejos variados trataban de emularen brillo a los del oro. Muy valeroso tenía
que ser quien se ganara el afecto de aquella mujer.
437.
El escudo que iba a embrazar
la doncella tenía bajo la bloca, según nos han contado, sus tres palmos de
espesor. Sus abundantes guarniciones de acero y oro lo habían tan pesado que el
chambelán de la reina y tres hombre más apenas podían llevarlo.
438.
Cuando el esforzado Hagen,
el héroe de Trónege, los vio avanzar con el escudo, exclamó con ánimo sombrío:
“¿Adónde hemos venido a parar, rey Gunter? ¿Qué le espera a nuestras vidas? Ésa
cuyo amor pretendéis es la esposa del demonio.”
440.
Trajeron entonces para la
reina una afilada jabalina larga y pesada, que ella solía arrojar. Era recia y
enorme, ancha y grande y sus dos filos eran tremendamente cortantes.
441.
Del peso de la lanza oiréis
decir cosas increíbles. Tres medias y media de metal se habían gastado para
hacerla. Apenas podrían llevarla tres hombres de Brunilda. El noble Gunter
comenzó a afligirse seriamente.
442.
Pensaba él para sí: “¿Qué va
a suceder aquí? ¿Cómo podría salir bien librado de esto el propio diablo de los
infiernos? Si yo estuviese en Burgundia sano y salvo, bien podría quedarse ella
aquí para largo, libre de mis requerimientos amorosos.”
443.
Habló entonces el valeroso
Dankwart, hermano de Hagen: “En el fondo del alma me arrepiento de este viaje
de corte a corte. Siempre nos habían llamado héroes hasta hoy, pero ¿qué clase
de mísera muerte nos aguarda si ahora en estas tierras nos van a quitar la vida
las mujeres?
444.
Muy hondamente me pesa el
haber venido a este país. Pero si mi hermano Hagen tuviera en su poder la
espada y yo también la mía, entonces andarían más comedidos los hombres de
Brunilda.
445.
Tened muy por seguro, que
templarían su arrogancia. Y si yo hubiese jurado mil veces no quebrantar la
paz, esa bellísima moza perdería la vida a mis manos antes de ver yo morir a mi
amado señor. “
446.
“Podríamos salir de este país, sin duda, antes
de que nos apresaran”, habló entonces su hermano Hagen, “si tuviéramos las
armaduras que se necesitan en combate, así como nuestras excelentes espadas;
entonces se moderaría la arrogancia de esta formidable mujer.”
447.
Bien oyó la noble reina lo
que dijo el guerrero. Con semblante sonriente le miró por encima de los hombros
y habló: “Ya que él se cree tan bravo, traedles a estos caballeros sus
armaduras: poned también las afiladas armas en sus manos.”
448.
Cuando recobraron las
espadas, como la moza había mandado, el muy valiente Dankwart se sonrojó de
alegría: “Ahora, que pongan las pruebas que quieran”, dijo el animoso
caballero: “Gunter quedará invicto, pues tenemos nuestras armas.”
449.
La fuerza de Brunilda se
reveló ahora como descomunal. Trajéronle a la liza una pesada piedra, gruesa,
desmesurada, grande y redonda. Doce héroes valientes y forzudos apenas podían
llevarla.
450.
Esta piedra solían lanzarla
a menudo, cuando había arrojado la lanza. La inquietd de los burgundos creció
ahora mucho. “Malhaya”, exclamó Hagen. “¡Qué mujer ha escogid el rey por amada!
¡En verdad que podía ser muy bien la novia del enemigo malo en los infiernos!”
451.
Ella se arremangó ahora
mostrando sus blancos brazos, lueego empezó por embrazar el escudo, la lanza
empuñada la puso enhiesta. La lucha comenzaba. Gunter y Sigfrido temían ahora
la furia de Brunilda.
452.
Si no hubiera acudido
Sigfrido en su ayuda, ella le habría arrebatado la vida al rey. A Éste se
acercó en secreto el héroe y le tocó la mano. Gunter se percató con gran
desazón de sus artes mágicas.
453.
“¡Qué es lo que me ha
tocado?”, pensó el valeroso caballero. Entonces miró por todas partes, pero no
vio a nadie. El otro dijo: “Soy Sigfrido, tu amigo bien amado. No tengas temor
delante de la reina.
454.
Entrégame el escudo y déjame
llevarlo. Ahora presta mucha atención a lo que me oigas decir. Tú harás los
movimientos, de las obras me encargo yo.” Cuando el rey reconoció a Sigfrido,
sintió gran alegría.
455.
“Ahora no descubras mis
artes ni se las reveles a nadie. Así, muy poco podrá alcanzar la reina a tu
costa de la gloria en que, sin embargo, tiene puesta su voluntad. Ahí tienes
ante ti a la mujer; mira cuán llena de confianza se presenta.”
456.
Entonces, con brazo
vigoroso, arrojó su lanza la magnífica moza contra el escudo nuevo, grande y
ancho que tenía en su mano el hijo de Siglinda. Chispas de fuego saltaron del
acero, como llevadas por el viento.
457.
El potente hierro de la
lanza atravesó el escudo de parte a parte de tal guisa que se vieron saltar
también chispas de los anillos de la loriga. El golpe hizo tambalearse a los
robustos caballeros. Si no hubiera sido por la capa mágica, los dos habrían
quedado allí muertos.
458.
Al valeroso Sigfrido se le
escapó sangre de la boca. Pero pronto saltó de nuevo a su sitio. Entonces asió
el héroe cabal la lanza con la que la reina había atravesado su escudo y se
dispuso a arrojarla hacia ella con su poderoso brazo.
459.
Pensó el héroe: “Yo no
quiero herir de muerte a la hermosa doncella.” Tomó entonces la lanza con el
hierro hacia atrás; luego la arrojó con su potente mano, el asta por delante,
contra la armadura de la reina. El golpe se oyó retumbar fuertemente.
460.
Saltaron centellas de los
anillos de la malla como polvo empujado por el viento. El hijo de Sigmundo había
tirado su arma con brío y ella no pudo, con toda su fuerza, resistir el golpe.
Ciertamente, el rey Gunter no habría sido capaz nunca de hacer esto.
461.
¡Qué rauda se puso en pie la
hermosa Brunilda! “Gunter, noble caballero, os felicito por el golpe.” Ella
pensaba que lo había logrado sólo con su fuerza, pero es que se había deslizado
furtivamente un hombre mucho más poderoso.
462.
Muy pronto avanzó la reina:
su ánimo era colérico. Levantó la piedra muy en alto la noble y fuerte moza.
Luego la arrojó vigorosamente a gran distancia y entonces dio un salto hacia
ella. Toda su armadura resonó.
463.
La piedra había caído a unas
doce brazas de allí. Con su salto la bella doncella había superado la
distancia. Entonces se dirigió el señor Sigfrido adonde había caído la piedra.
Allí Gunter hizo el además de lanzarla, pero fue el héroe quien la arrojó.
464.
Sigfrido era valiente, de
gran fuerza y estatura. Él lanzó la piedra más lejos que la reina y además dio
un salto mayor. Gracias a sus prodigiosas artes, tenía tanta fuerza que podía
además llevar consigo en el salto al rey Gunter.
465.
El salto estaba cumplido, la
piedra yacía en el suelo. Allí no se veía a nadie a no ser Gunter el caballero.
La hermosa Brunilda estaba roja de ira. Sigfrido había alejado a la muerte del
rey Gunter.
466.
Vuelta hacia su séquito,
dijo ella a grandes voces, al ver al extremo de la liza sano y salvo al héroe:
“Acercaos pronto aquí parientes y vasallos míos; todos debéis hacer acto de
sumisión al rey Gunter.”
467.
Entonces depusieron las
armas los muy valientes guerreros y se pusieron de hinojos ante el poderoso
Gunter, rey de los burgundos, en señal de vasallaje. Creían que él había
rendido las pruebas con sus propias fuerzas.
468.
Él saludó amablemente; no en
vano estaba finamente educado en la corte. Entonces lo tomó de la mano la
gentil doncella. Ella le dio autoridad para mandar en aquel país. Mucho se
alegró de ello Hagen, el bravo y audaz guerrero.
469.
Brunilda pidió al noble caballero
que entrara con ella en el espacioso palacio. Cuando estuvieron dentro, se les
dispensó a los guerreros todo género de atenciones. Dankwart y Hagen tuvieron
ahora que olvidar su cólera.
470.
El animoso Sigfrido mostróse
ahora harto precavido. Una vez más tomó su capa mágica para llevarla a guardar.
Luego volvió adonde estaban las damas reunidas. Dijo al rey hablando con gran
prudencia:
471.
¿”A qué esperáis, señor?
¿Cuándo comenzáis las muchas pruebas que la reina os propone? Hacednos ver
cuanto antes cómo se realizan.” Como si no supiese nada de ello, así se
conducía el astuto caballero.
472.
Habló entonces así la reina:
“¿Cómo puede ocurrir, señor Sigfrido, que no hayáis visto las pruebas que aquí
ha realizado victoriosamente el brazo de Gunter?” A esto respondió Hagen, el
guerrero de Burgundia.
473.
Dijo, “Señora,
verdaderamente nos habéis preocupado. Cerca de nuestra nave ha permanecido
Sigfrido, el cabal caballero, mientras el señor del Rin os arrancaba la
victoria en la liza; por eso no sabe lo ocurrido.” Así habló el vasallo de
Gunter.
474.
“Albricias por la noticia,
exclamó Sigfrido, el paladín, “de que vuestra altanería ha quedado doblegada.
Hay, pues, alguien que puede dominaros. Ahora, noble doncella, deberéis partir
de aquí y seguirnos a las tierras del Rin”.
475.
Habló aquí la hermosa: “Eso
no puede suceder ahora, pues antes tienen que enterarse de ello mis deudos y
vasallos. Ciertamente, yo no puedo abandonar mi reino tan fácilmente, Es
menester que sean convocados primero mis mejores amigos.”
476.
Envió entonces a todas
partes mensajeros a caballo. Mandaba que acudieran sus amigos, parientes y
vasallos. Pedía que se presentaran sin demora en Isenstein y ordenó que se les
dieran a todos valiosas y magníficas vestiduras.
477.
Desde el alba hasta el
atardecer cabalgaron día tras día, agrupados en mesnadas, hacia el castillo de
Brunilda. “¡Santo Dios!, ¿qué hemos hecho?, exclamó Hagen. “Grave peligro nos
acecha de parte de los hombres de la bella Brunilda.”
478.
Si ellos con toda su
potencia guerrera vienen ahora aquí -los designios de la reina los
desconocemos, pero qué pasaría si su cólera la empuja a decidir nuestra
muerte?-, entonces la noble doncella habrá nacido para nuestra gran desgracia.”
479.
Habló ahora el esforzado
Sigfrido: “Yo me encargaré de impedirlo; no voy a dejar pasar lo que tenéis.
Iré a buscaros ayuda que nos acuda en esta tierra, y serán guerreros escogidos
de los que jamás tuvisteis noticia.
480.
No debéis hacer preguntas
acerca de mí; yo voy a partir. Espero que Dios vele por nuestro honor
entretanto. Volveré pronto y os traeré mil hombres entre los mejores guerreros
que jamás pude encontrar.”
481.
“No tardéis demasiado en
volver”, dijo entonces el rey. “Naturalmente nos alegramos de vuestra ayuda.”
Replicó Sigfrido: “Dentro de pocos días estaré de vuelta con vosotros. A Brunilda
debéis decirle que sois quien me habéis enviado.”
Canto
VIII. Ante el desequilibrio de fuerzas, va a buscar Sigfrido refuerzos al país
de los nibelungos y vuelve con mil guerreros. Con éstos y dos mil más de
Brunilda, aparte de numeroso séquito femenino, parten, después, de Islandia.
Canto
IX. Sigfrido recibe el encargo de adelantarse en el regreso para anunciar el
resultado y las fiestas que se han de celebrar con motivo de la boda de Gunter
y Brunilda. Krimilda recibe al mensajero y toma parte en los preparativos de la
recepción.
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