domingo, 10 de abril de 2016

El Cantar de los Nibelungos. Canto VII

CANTO VII
De cómo Gunter ganó a Brunilda

389.              La nave entretanto se había acercado al castillo; entonces el rey divisó allí arriba en las ventanas muchas hermosas doncellas. Pena le dio a Gunter que le fueran desconocidas.
390.              Preguntó entonces a Sigfrido, su compañero: “¿Conocéis acaso esas doncellas que están contemplado, desde allí arriba, cómo nos acercamos sobre las olas? Sea cual fuere su señor, se muestran con gran altivez”.
391.              Contestó el señor Sigfrido: “Ahora contemplad en secreto las doncellas; luego me diréis cuál escogeríais entre ellas, si ellos estuviera en vuestra mano.” “Así lo haré”, replicó Gunter, el bravo y atrevido caballero.
392.              “Bien, pues veo una allí, asomada a la ventana, que viste ropas tan blancas como la nieve: es tan agraciada que mi mirada la escoge por su hermosura. Si yo tuviera poder para ello, habría de ser mi esposa.”
393.              “La luz de tus ojos ha elegido muy bien para ti. Esa hermosa doncella es la noble Brunilda, a la que aspiran tu corazón, tus pensamientos y tu ánimo.” Todo su porte le pareció agradable a Gunter.
394.              Mandó entonces la reina retirarse de las ventana a sus apuestas damas de compañía, pues pensaba que no debían mostrarse a la vista de los forasteros. Ellas siguieron su mandato. Lo hicieron entonces las damas también nos lo han contado después.
395.              Como iban a saludar a los extranjeros, se arreglaron según es costumbre entre damas finas. Luego se dirigieron a angostos miradores desde donde contemplaban a los héroes: esto lo hacían por curiosidad.
396.              No eran más que cuatro los que bajaron a tierra. Sigfrido el valeroso, llevando a caballo de las riendas lo dejó en la playa; esto lo vieron desde sus ventanas las gentiles dueñas. El rey Gunter, con esta deferencia, se sintió muy honrado.
397.              Cogido por la brida tenía Sigfrido ahora el soberbio corcel, de buena estampa, muy grande y fuerte, hasta que el rey Gunter estuvo sentado en su silla. Así es como Sigfrido le rindió homenaje, pero luego Gunter bien lo olvidó.
398.              Ahora sacó también del barco el caballo propio. Muy rara vez había prestado él antes un servicio semejante, sostenerle el estribo a un héroe. Esto lo contemplaron desde sus ventanas las hermosas y nobles dueñas.
399.              Muy iguales eran los dos animosos héroes, con sus caballos y vestiduras de una blancura brillante como la nieve. Ambos coincidían en su exterior. Sus hermosos escudos desprendían destellos en las manos de tan apuestos caballeros. 
400.              Las silla estaban recubiertas de pedrería, los petrales eran estrechos. Ellos avanzaban majestuosos ante el palacio de Brunilda. De los petrales colgaban cascabeles de brillante oro rojo. Así llegaron a este país, tal como lo exigía su valor.

404.              Dentro de la fortaleza vieron cómo se alzaban ochenta y seis torres, tres amplios palacios y una soberbia sala de nobles mármoles verdes como la hierba. En ésta se hallaba sentada Brunilda acompañada de su séquito.
405.              Las puertas de la fortaleza estaban abiertas de par en par. Corrieron a su encuentro los hombres de Brunilda para recibir a los forasteros en el reino de su soberana. Los caballos de éstos fueron llevado a custodiar y los escudos tomados de sus brazos.
406.              Dijo entonces un chambelán: “Debéis entregarnos las espadas, así como las brillantes armaduras.” “Esta petición no os será satisfecha”, replicó Hagen de Trónege, “nosotros mismos las llevaremos”. Pero entonces intervino Sigfrido para dar las explicaciones oportunas.
407.              “Es costumbre de este castillo, quiero anunciaros, que ningún forastero lleve armas aquí. Así pues, permitid que se lleven las vuestras; eso será un buen acuerdo.” Hagen, el vasallo de Gunter, obedeció, aunque muy a su pesar.

La reina fue informada por uno de su séquito sobre los caballeros, le habló sobre Sigfrido, el único de los caballeros del que tenía conocimiento y le describieron ampliamente a los otros tres. La reina estuvo dispuesta a encontrarse con ellos.

419.              Entonces vio la reina a Sigfrido. Os gustaría oír lo que le dijo la doncella: “Sed bienvenido, Sigfrido, a este país. ¿Qué pretendéis con vuestro viaje? Me agradaría saberlo.”
420.              “Es un gran favor el que me dispensáis, mi señora Brunilda, al dignaros saludarme, augusta princesa, antes que al noble caballero que me precede, pues es mi señor. A tal honor renuncio yo de buen grado.
421.              Viene él del Rin, en cuyas tierras nació. ¿Qué más he de decirte? Por el amor que en ti busca hemos venido hasta aquí. Él aspira a ganarlo, le pase lo que le pase. Así, pues, piénsalo a tiempo, ya que mi señor no va a desistir de ello.
422.              Se llama Gunter y es un noble soberano. Si conquista tu amor, ya no le quedará nada que desear. Ese apuesto caballero es el que mandó venir a este país. Si hubiera estado en mi mano el negarme lo habría hecho con mucho gusto.”
423.              Ella dijo: “Siendo él tu señor y tú su vasallo, sabed que si él se atreve a disputar las pruebas a que yo le reto y sale de ellas vencedor, seré su esposa; pero su yo alcanzo la victoria, os irá a todos en ello la vida.”
424.              Aquí habló Hagen de Trónege: “Señora, permitidnos conocer esas arriesgadas pruebas. Para que tenga que rendirse ante vos Gunter, mi señor, mal habría de irle. Él bien confía en poder conquistar el amor de una tan hermosa doncella como sois vos.”
425.              “La piedra tendrá que arrojar y luego saltar detrás de ella. Después se medirá conmigo arrojando la lanza. No os precipitéis demasiado; podéis bien perder el honor y la vida. Meditadlo bien.” Así habló la bellísima mujer.
426.              Sigfrido el muy valiente se acercó entonces al rey y le pidió que declarara a la reina su firme intención de vencerla y a él le dijo que no tuviera miedo. “Yo me encargo de protegeros bien de ella con mis artes.”
427.              Habló ahora el rey Gunter: “Augusta reina, decidme ahora qué es lo que disponéis Aunque fuera ello mucho más, yo superaría todo por alcanzar vuestro amor y estoy dispuesto a perder la vida si no llegáis a ser mi esposa.”
428.              Cuando la reina oyó sus palabras, mandó que apresuraran la competición, pues a ella le convenía entonces. Hizo que le trajeran para las pruebas buena armadura: coraza de oro rojo y un escudo de buena calidad.

431.              El gallardo Sigfrido, mientras, y antes de que nadie se percatara, había ido a la nave a buscar la capa mágica que allí tenía escondida. Pronto se cubrió con ella y quedó invisible a todos.
432.              Volvió de prisa adonde estaba antes: entonces encontró multitud de guerreros en el sitio que la reina había dispuesto para el difícil duelo. Allí se dirigió en secreto –por sus artes mágicas-, de suerte que cuantos allí estaban ninguno fue capaz de verlo.

434.              Brunilda ya había llegado: aparecía armada como si hubiera de luchar por dominar todos los reinos. Encima de sus sedas llevaba muchos colgantes de oro. La lozanía de su tez destacaba magnífica de su atuendo.
435.              Llegó entonces su séquito. Llevaban los caballeros un escudo de gran tamaño de oro rojo, y abrazaderas fuertes como el acero. Protegida con este escudo es como iba la reina a realizar las pruebas la hermosa doncella.
436.              La embrazadura de su escudo era de rico orifrés y llevaba incrustada pedrería verde como la hierba, cuyos reflejos variados trataban de emularen brillo a los del oro. Muy valeroso tenía que ser quien se ganara el afecto de aquella mujer.
437.              El escudo que iba a embrazar la doncella tenía bajo la bloca, según nos han contado, sus tres palmos de espesor. Sus abundantes guarniciones de acero y oro lo habían tan pesado que el chambelán de la reina y tres hombre más apenas podían llevarlo.
438.              Cuando el esforzado Hagen, el héroe de Trónege, los vio avanzar con el escudo, exclamó con ánimo sombrío: “¿Adónde hemos venido a parar, rey Gunter? ¿Qué le espera a nuestras vidas? Ésa cuyo amor pretendéis es la esposa del demonio.”

440.              Trajeron entonces para la reina una afilada jabalina larga y pesada, que ella solía arrojar. Era recia y enorme, ancha y grande y sus dos filos eran tremendamente cortantes.
441.              Del peso de la lanza oiréis decir cosas increíbles. Tres medias y media de metal se habían gastado para hacerla. Apenas podrían llevarla tres hombres de Brunilda. El noble Gunter comenzó a afligirse seriamente.
442.              Pensaba él para sí: “¿Qué va a suceder aquí? ¿Cómo podría salir bien librado de esto el propio diablo de los infiernos? Si yo estuviese en Burgundia sano y salvo, bien podría quedarse ella aquí para largo, libre de mis requerimientos amorosos.”
443.              Habló entonces el valeroso Dankwart, hermano de Hagen: “En el fondo del alma me arrepiento de este viaje de corte a corte. Siempre nos habían llamado héroes hasta hoy, pero ¿qué clase de mísera muerte nos aguarda si ahora en estas tierras nos van a quitar la vida las mujeres?
444.              Muy hondamente me pesa el haber venido a este país. Pero si mi hermano Hagen tuviera en su poder la espada y yo también la mía, entonces andarían más comedidos los hombres de Brunilda.
445.              Tened muy por seguro, que templarían su arrogancia. Y si yo hubiese jurado mil veces no quebrantar la paz, esa bellísima moza perdería la vida a mis manos antes de ver yo morir a mi amado señor. “
446.               “Podríamos salir de este país, sin duda, antes de que nos apresaran”, habló entonces su hermano Hagen, “si tuviéramos las armaduras que se necesitan en combate, así como nuestras excelentes espadas; entonces se moderaría la arrogancia de esta formidable mujer.”
447.              Bien oyó la noble reina lo que dijo el guerrero. Con semblante sonriente le miró por encima de los hombros y habló: “Ya que él se cree tan bravo, traedles a estos caballeros sus armaduras: poned también las afiladas armas en sus manos.”
448.              Cuando recobraron las espadas, como la moza había mandado, el muy valiente Dankwart se sonrojó de alegría: “Ahora, que pongan las pruebas que quieran”, dijo el animoso caballero: “Gunter quedará invicto, pues tenemos nuestras armas.”
449.              La fuerza de Brunilda se reveló ahora como descomunal. Trajéronle a la liza una pesada piedra, gruesa, desmesurada, grande y redonda. Doce héroes valientes y forzudos apenas podían llevarla.
450.              Esta piedra solían lanzarla a menudo, cuando había arrojado la lanza. La inquietd de los burgundos creció ahora mucho. “Malhaya”, exclamó Hagen. “¡Qué mujer ha escogid el rey por amada! ¡En verdad que podía ser muy bien la novia del enemigo malo en los infiernos!”
451.              Ella se arremangó ahora mostrando sus blancos brazos, lueego empezó por embrazar el escudo, la lanza empuñada la puso enhiesta. La lucha comenzaba. Gunter y Sigfrido temían ahora la furia de Brunilda.
452.              Si no hubiera acudido Sigfrido en su ayuda, ella le habría arrebatado la vida al rey. A Éste se acercó en secreto el héroe y le tocó la mano. Gunter se percató con gran desazón de sus artes mágicas.
453.              “¡Qué es lo que me ha tocado?”, pensó el valeroso caballero. Entonces miró por todas partes, pero no vio a nadie. El otro dijo: “Soy Sigfrido, tu amigo bien amado. No tengas temor delante de la reina.
454.              Entrégame el escudo y déjame llevarlo. Ahora presta mucha atención a lo que me oigas decir. Tú harás los movimientos, de las obras me encargo yo.” Cuando el rey reconoció a Sigfrido, sintió gran alegría.
455.              “Ahora no descubras mis artes ni se las reveles a nadie. Así, muy poco podrá alcanzar la reina a tu costa de la gloria en que, sin embargo, tiene puesta su voluntad. Ahí tienes ante ti a la mujer; mira cuán llena de confianza se presenta.”
456.              Entonces, con brazo vigoroso, arrojó su lanza la magnífica moza contra el escudo nuevo, grande y ancho que tenía en su mano el hijo de Siglinda. Chispas de fuego saltaron del acero, como llevadas por el viento.
457.              El potente hierro de la lanza atravesó el escudo de parte a parte de tal guisa que se vieron saltar también chispas de los anillos de la loriga. El golpe hizo tambalearse a los robustos caballeros. Si no hubiera sido por la capa mágica, los dos habrían quedado allí muertos.
458.              Al valeroso Sigfrido se le escapó sangre de la boca. Pero pronto saltó de nuevo a su sitio. Entonces asió el héroe cabal la lanza con la que la reina había atravesado su escudo y se dispuso a arrojarla hacia ella con su poderoso brazo.
459.              Pensó el héroe: “Yo no quiero herir de muerte a la hermosa doncella.” Tomó entonces la lanza con el hierro hacia atrás; luego la arrojó con su potente mano, el asta por delante, contra la armadura de la reina. El golpe se oyó retumbar fuertemente.
460.              Saltaron centellas de los anillos de la malla como polvo empujado por el viento. El hijo de Sigmundo había tirado su arma con brío y ella no pudo, con toda su fuerza, resistir el golpe. Ciertamente, el rey Gunter no habría sido capaz nunca de hacer esto.
461.              ¡Qué rauda se puso en pie la hermosa Brunilda! “Gunter, noble caballero, os felicito por el golpe.” Ella pensaba que lo había logrado sólo con su fuerza, pero es que se había deslizado furtivamente un hombre mucho más poderoso.
462.              Muy pronto avanzó la reina: su ánimo era colérico. Levantó la piedra muy en alto la noble y fuerte moza. Luego la arrojó vigorosamente a gran distancia y entonces dio un salto hacia ella. Toda su armadura resonó.
463.              La piedra había caído a unas doce brazas de allí. Con su salto la bella doncella había superado la distancia. Entonces se dirigió el señor Sigfrido adonde había caído la piedra. Allí Gunter hizo el además de lanzarla, pero fue el héroe quien la arrojó.
464.              Sigfrido era valiente, de gran fuerza y estatura. Él lanzó la piedra más lejos que la reina y además dio un salto mayor. Gracias a sus prodigiosas artes, tenía tanta fuerza que podía además llevar consigo en el salto al rey Gunter.
465.              El salto estaba cumplido, la piedra yacía en el suelo. Allí no se veía a nadie a no ser Gunter el caballero. La hermosa Brunilda estaba roja de ira. Sigfrido había alejado a la muerte del rey Gunter.
466.              Vuelta hacia su séquito, dijo ella a grandes voces, al ver al extremo de la liza sano y salvo al héroe: “Acercaos pronto aquí parientes y vasallos míos; todos debéis hacer acto de sumisión al rey Gunter.”
467.              Entonces depusieron las armas los muy valientes guerreros y se pusieron de hinojos ante el poderoso Gunter, rey de los burgundos, en señal de vasallaje. Creían que él había rendido las pruebas con sus propias fuerzas.
468.              Él saludó amablemente; no en vano estaba finamente educado en la corte. Entonces lo tomó de la mano la gentil doncella. Ella le dio autoridad para mandar en aquel país. Mucho se alegró de ello Hagen, el bravo y audaz guerrero.
469.              Brunilda pidió al noble caballero que entrara con ella en el espacioso palacio. Cuando estuvieron dentro, se les dispensó a los guerreros todo género de atenciones. Dankwart y Hagen tuvieron ahora que olvidar su cólera.
470.              El animoso Sigfrido mostróse ahora harto precavido. Una vez más tomó su capa mágica para llevarla a guardar. Luego volvió adonde estaban las damas reunidas. Dijo al rey hablando con gran prudencia:
471.              ¿”A qué esperáis, señor? ¿Cuándo comenzáis las muchas pruebas que la reina os propone? Hacednos ver cuanto antes cómo se realizan.” Como si no supiese nada de ello, así se conducía el astuto caballero. 
472.              Habló entonces así la reina: “¿Cómo puede ocurrir, señor Sigfrido, que no hayáis visto las pruebas que aquí ha realizado victoriosamente el brazo de Gunter?” A esto respondió Hagen, el guerrero de Burgundia.
473.              Dijo, “Señora, verdaderamente nos habéis preocupado. Cerca de nuestra nave ha permanecido Sigfrido, el cabal caballero, mientras el señor del Rin os arrancaba la victoria en la liza; por eso no sabe lo ocurrido.” Así habló el vasallo de Gunter.
474.              “Albricias por la noticia, exclamó Sigfrido, el paladín, “de que vuestra altanería ha quedado doblegada. Hay, pues, alguien que puede dominaros. Ahora, noble doncella, deberéis partir de aquí y seguirnos a las tierras del Rin”.
475.              Habló aquí la hermosa: “Eso no puede suceder ahora, pues antes tienen que enterarse de ello mis deudos y vasallos. Ciertamente, yo no puedo abandonar mi reino tan fácilmente, Es menester que sean convocados primero mis mejores amigos.”
476.              Envió entonces a todas partes mensajeros a caballo. Mandaba que acudieran sus amigos, parientes y vasallos. Pedía que se presentaran sin demora en Isenstein y ordenó que se les dieran a todos valiosas y magníficas vestiduras.
477.              Desde el alba hasta el atardecer cabalgaron día tras día, agrupados en mesnadas, hacia el castillo de Brunilda. “¡Santo Dios!, ¿qué hemos hecho?, exclamó Hagen. “Grave peligro nos acecha de parte de los hombres de la bella Brunilda.”
478.              Si ellos con toda su potencia guerrera vienen ahora aquí -los designios de la reina los desconocemos, pero qué pasaría si su cólera la empuja a decidir nuestra muerte?-, entonces la noble doncella habrá nacido para nuestra gran desgracia.”
479.              Habló ahora el esforzado Sigfrido: “Yo me encargaré de impedirlo; no voy a dejar pasar lo que tenéis. Iré a buscaros ayuda que nos acuda en esta tierra, y serán guerreros escogidos de los que jamás tuvisteis noticia.
480.              No debéis hacer preguntas acerca de mí; yo voy a partir. Espero que Dios vele por nuestro honor entretanto. Volveré pronto y os traeré mil hombres entre los mejores guerreros que jamás pude encontrar.”
481.              “No tardéis demasiado en volver”, dijo entonces el rey. “Naturalmente nos alegramos de vuestra ayuda.” Replicó Sigfrido: “Dentro de pocos días estaré de vuelta con vosotros. A Brunilda debéis decirle que sois quien me habéis enviado.”


Canto VIII. Ante el desequilibrio de fuerzas, va a buscar Sigfrido refuerzos al país de los nibelungos y vuelve con mil guerreros. Con éstos y dos mil más de Brunilda, aparte de numeroso séquito femenino, parten, después, de Islandia.

Canto IX. Sigfrido recibe el encargo de adelantarse en el regreso para anunciar el resultado y las fiestas que se han de celebrar con motivo de la boda de Gunter y Brunilda. Krimilda recibe al mensajero y toma parte en los preparativos de la recepción.